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Hoy vamos a hablar de un libro publicado a principios de este año que generó mucha discusión al momento de su publicación, y que creo nos aporta a pensar sobre una de las preguntas fundamentales del desarrollo sostenible: ¿es posible salvar el planeta? El libro al que me refiero se titula "Not the End of the World" (No es el fin del mundo) y su autora es Hannah Ritchie. Ritchie, doctora en Geociencias por la Universidad de Edimburgo, es investigadora de la Universidad de Oxford y la referente ambiental del sitio Our World in Data.
Empecemos por el principio. ¿De qué trata el libro?
El libro consta de ocho capítulos, además de una introducción y una conclusión. Cada capítulo se centra en un tema, problema u objetivo ambiental específico: la sostenibilidad como una narrativa de contrastes ("Sustainability: A tale of two halves"), la contaminación del aire y cómo lograr respirar aire limpio ("Air Pollution: Breathing clean air"), el cambio climático y la necesidad de reducir el calentamiento global ("Climate Change: Turning down the thermostat"), la deforestación y la pérdida de recursos forestales ("Deforestation: Seeing the wood for the trees"), cómo evitar que nuestra alimentación impacte negativamente en el planeta ("Food: How not to eat the planet"), la pérdida de biodiversidad y la protección de la vida silvestre del mundo ("Biodiversity Loss: Protecting the world’s wildlife"), la problemática de los plásticos en los océanos ("Ocean Plastics: Drowning in waste"), y finalmente, la sobreexplotación pesquera ("Overfishing: Pillaging the oceans").
En cada capítulo, Hannah Ritchie inicia el análisis del tema con una anécdota ilustrativa, realiza un repaso histórico para mostrar cómo llegamos a la situación presente, describe el estado del problema en la actualidad, y ofrece su visión sobre cómo podemos avanzar hacia una solución.
El mundo nunca fue sostenible
El primer capítulo comienza exponiendo la magnitud del desafío: nunca hemos experimentado un mundo sin pobreza ni sin problemas ambientales, por lo que el reto actual es construir algo que, hasta ahora, fue imposible.
A continuación, realiza un repaso sobre las distintas definiciones de desarrollo sostenible y las controversias al respecto. Según Hannah, muchas de estas discusiones surgen porque se asume un conflicto inevitable entre el bienestar humano y la protección ambiental, donde uno debe ser priorizado sobre el otro. Su argumento es que, aunque esto fue cierto en el pasado, no tiene por qué seguir siéndolo en el futuro, ya que existen maneras de alcanzar ambos objetivos simultáneamente.
Según Ritchie, para todos los problemas ambientales ya contamos con las herramientas necesarias para resolverlos. Por lo tanto, las soluciones de reducción poblacional o de decrecimiento no son viables, necesarias ni deseables.
Veremos si nos logra convencer.
No todo pasado fue mejor
En el capítulo sobre la contaminación del aire, Ritchie dice que tendemos a asociar este problema con la industrialización, aunque en realidad es mucho más antiguo. En algunas regiones del mundo, el aire que respiramos hoy es el más limpio en miles de años. Desde los tiempos de la antigua Roma, donde Séneca ya se quejaba del aire sucio, hasta los hallazgos de contaminantes en los dientes de humanos de hace 400.000 años, la contaminación del aire ha sido un problema constante para la humanidad. Durante milenios, la quema de madera y otros combustibles proporcionó calor y seguridad, pero también generó efectos negativos en la salud, causando problemas respiratorios y cardiovasculares.
Con la llegada de la Revolución Industrial y el uso intensivo del carbón, la contaminación se intensificó. En los siglos XVIII y XIX, Londres fue un ejemplo de cómo la quema de combustibles fósiles generó una polución extrema, llegando a niveles de contaminación peores que los de las ciudades más contaminadas de hoy. Con Londres como gran ejemplo, en el pasado la contaminación parecía ser un precio inevitable del progreso. Sin embargo, hoy los avances tecnológicos como el acceso a fuentes de energía más limpias y formas de generación más eficientes que logran controlar las emisiones asociadas, permiten un consumo energético más elevado y un aire más limpio al mismo tiempo.
Mientras que Londres necesitó siglos para mejorar la calidad de su aire, hoy el único desafío para los países que buscan garantizar el aire limpio, es una cuestión económica y de decisión de inversión en tecnologías limpias. Por ello, el avance hacia ciudades con aire limpio puede lograrse de manera mucho más rápida.
Un ejemplo de este cambio acelerado es el caso de China. Durante años, Pekín fue una de las ciudades más contaminadas del mundo. Antes de los Juegos Olímpicos de 2008, el gobierno chino tomó medidas temporales, como reducir el tráfico vehicular y cerrar plantas industriales, lo cual mejoró la calidad del aire; aún así los Juegos fueron de los más contaminados de la historia. Pero 14 años después, cuando Pekín fue sede de los Juegos Olímpicos de Invierno en 2022, la situación había cambiado drásticamente: debido a la exigencia ciudadana que impulsó la declaración de “guerra contra la contaminación” se implementaron medidas permanentes y así se logró un aire realmente mucho más limpio. Entre 2013 y 2020, los niveles de contaminación en Pekín disminuyeron un 55%, lo cual aumentó la esperanza de vida promedio de sus habitantes en 4,6 años. Aunque la calidad del aire aún no cumple los estándares de la OMS, el caso de Pekín demuestra que es posible lograr mejoras rápidas y significativas.
De manera similar, Hannah procede relatando las demás temáticas ambientales. Con una visión más o menos positiva según el caso.
¿Cuál es el mensaje principal del libro?
El mensaje más potente del libro está en su título y subtítulo: "No es el fin del mundo, y podemos ser la generación que lo salve".
Hannah Ritchie ofrece una perspectiva histórica sobre los problemas ambientales y los avances logrados en su solución, poniendo así en contexto la situación actual. Esta perspectiva es fundamental para entender la magnitud y las particularidades del desafío al que nos enfrentamos, y para mantener un enfoque realista sobre las oportunidades y acciones necesarias para salvar el planeta.
Su narrativa está muy alineada con la de Our World in Data (OWID), que sostiene que, en los últimos 200 años, el mundo ha mejorado considerablemente en una gran cantidad de dimensiones (pobreza, esperanza de vida, acceso a la educación, calidad democrática, etc.), aunque aún queda mucho por hacer. Comparto esa necesidad de proporcionar perspectiva, de entender de dónde venimos como humanidad y, sobre todo, de reconocer que estamos logrando grandes avances. Muchos de los problemas ambientales no se generaron —ni se siguen generando— por una intención maligna, aunque ciertamente ha habido actores que activamente han buscado y buscan negar el cambio climático e impedir la acción climática. En la mayoría de los casos, estos problemas surgieron en el intento de resolver cuestiones sociales fundamentales, como el acceso a la energía y a la alimentación.
Y así sigue siendo hoy: el mayor desafío es reducir la aún altísima pobreza global y encontrar maneras de hacerlo minimizando el impacto ambiental.
Hay mitos y mitos
Ritchie se propone desmitificar ciertos "mitos" ambientales, contrastándolos con la evidencia científica y ofreciendo datos concretos. En algunos casos, logra hacerlo de manera efectiva, aportando información muy relevante. Por ejemplo, destaca que es más importante prestar atención a qué se consume que a dónde se produjo. En términos generales, cualquier producto de origen no animal tendrá un impacto ambiental menor, incluso si proviene de la otra punta del planeta, que una carne o un lácteo producido localmente. De manera similar, argumenta que, en la mayoría de los casos, es más eficiente usar una bolsa plástica finita que una de algodón (a menos que esta última se reutilice al menos 20 veces). Además, explica que es más beneficioso para el ambiente vivir en un departamento en la ciudad que en una casa en el campo, debido a la mayor eficiencia de la infraestructura urbana.
Sin embargo, el claim principal del libro contrasta el mito "somos la última generación antes de que el desastre ambiental sea inevitable" con la afirmación "podríamos ser la primera generación en construir un planeta verdaderamente sostenible". Esta afirmación no deja de ser una posibilidad, un sueño esperanzador. ¿Está mal plantearlo de esa forma? Para nada. Sin embargo, es importante reconocer que incluso la autora lo presenta como una opción posible, lo que implica que también existen otras alternativas, más alineadas con visiones pesimistas o catastróficas.
¿Por qué se armó tanto revuelo?
El ámbito ambientalista que busca tener una perspectiva global sobre el estado del planeta suele adoptar una visión bastante pesimista. Esta perspectiva se fundamenta en que estamos superando los límites planetarios, que el cumplimiento de la meta de limitar el calentamiento global a 1,5 o 2 grados, como establece el Acuerdo de París, se ha vuelto extremadamente difícil, y que la biodiversidad global sigue disminuyendo de forma alarmante. Por mencionar solo algunos de los problemas.
La sensación predominante es que el planeta avanza por un mal camino en términos ambientales y que los avances impulsados por la gobernanza internacional y las mejoras tecnológicas no son suficientes para revertir esta tendencia a tiempo. En el activismo ambiental, esta percepción ha dado lugar a actitudes cada vez más contestatarias y disruptivas, mientras que en la academia ha generado un debate sobre el modelo capitalista y la necesidad de repensar de manera radical el funcionamiento de las sociedades modernas. Y eso aun antes de sumar una perspectiva proveniente desde el Sur global sobre las posibilidades reales o los desafíos concretos para avanzar en procesos de desarrollo en un mundo más caliente y fragmentado.
En este contexto, la aparición del libro de Hannah Ritchie, una joven europea comprometida con la causa ambiental, pero que afirma que "este no es el fin del mundo" y busca introducir una narrativa positiva, resultó absolutamente disruptiva.
¿Entonces?
Es importante basarnos en datos y tener una perspectiva histórica para comprender realmente dónde estamos parados y hacia dónde debemos dirigirnos. Y creo firmemente que el optimismo y la capacidad de señalar un camino posible hoy es indispensable. En medio de una crisis ambiental creciente y un giro a la derecha de las ideologías en muchas partes del mundo, es fácil dejarse llevar por la desesperanza. Pero ella nos aleja de la acción y la posibilidad de cambio. Es difícil movilizar a la gente cuando sienten que están luchando por una causa perdida; necesitamos esperanza, y es precisamente ese sentimiento el que Hannah Ritchie busca llenar. Su narrativa nos recuerda que, aunque el desafío es inmenso, también hay motivos para creer que podemos construir un futuro mejor.
Pero también creo que es peligroso sobreestimar hasta qué punto estamos realmente en el camino correcto. Si bien es importante mantener una visión optimista, tampoco es cuestión de caer en la complacencia. Existe un gran reto en identificar quiénes realmente están comprometidos con la transición y quiénes solo hacen promesas vacías. Es crucial no confundir avances puntuales con una transformación genuina y sostenida, especialmente cuando hay actores que podrían estar más interesados en mantener el statu quo que en enfrentar la crisis climática con la urgencia que se necesita.
Además, sería imperdonable olvidar que una gran parte de los logros obtenidos hasta ahora se deben a aquellos ambientalistas que no dejaron de insistir, de empujar y de poner el tema sobre la mesa. Ellos lucharon contra el negacionismo de las petroleras y la indiferencia generalizada, enfrentaron la sensación de que todo estaba ya decidido y que nada podía cambiarse. Gracias a ellos, muchos avances fueron posibles, y hemos podido llegar a este punto, en el que hablar de la crisis climática y proponer soluciones no es solo posible, sino necesario e ineludible. A veces la búsqueda por la atención y el acompañamiento de la ciudadanía y la política exige la simplificación de los mensajes y la importancia de insistir con una idea simple y concreta. Todos estamos en esa búsqueda.
Reflexiones finales
Respecto del argumento principal del libro —que vamos en la dirección correcta y solo necesitamos acelerar, sin repensar profundamente nuestros enfoques— me parece que no queda completamente demostrado. Si bien es cierto que el desacoplamiento relativo entre crecimiento económico y emisiones está ocurriendo en los países desarrollados, todavía estamos lejos de cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. En cuanto a la biodiversidad, incluso la autora reconoce que las métricas disponibles son imprecisas, lo cual dificulta sostener argumentos sólidos en cualquier dirección.
Además, ya hoy estamos excediendo los límites planetarios, mientras más de la mitad de la humanidad aún vive con menos de 10 USD al día (ver el siguiente gráfico de Max Roser). Aunque logremos desacoplar el impacto de una mejor calidad de vida, aún estamos lejos de reducirlo a cero, lo que hace que el desafío sea cada vez mayor en tanto logremos reducir la pobreza global.
Es posible que Hannah tenga razón y que podamos alcanzar estos objetivos; quiero creerlo. Sin embargo, considero que sus argumentos no son suficientes para descartar de manera tan categórica otras alternativas.
Por último, Hannah cierra su libro con dos ideas que, en mi opinión, son discutibles.
La primera reflexión trata sobre qué significa ser un buen ambientalista. Ritchie plantea que, en ocasiones, ser un ambientalista efectivo puede hacerte sentir como si fueras uno "malo" (“Being an effective environmentalist might make you feel like a ‘bad’ one”). Esto sucede particularmente en temas como la alimentación, la vivienda o el uso de plásticos, donde lo "natural" y lo "local" suelen percibirse como las mejores opciones en términos ambientales, aunque no siempre lo sean, lo cual resulta contraintuitivo. No obstante, las acciones más efectivas para reducir nuestra huella ambiental siguen siendo bastante claras: evitar viajar en avión y automóvil, y reducir el consumo de carne y productos de origen animal, algo en lo que Hannah pone mucho énfasis. Si bien es cierto que la realidad ambiental es compleja, el insistir en que "es más complejo" puede desviar la atención de los cambios urgentes que sabemos que deben realizarse, a menos que ocurra un avance tecnológico disruptivo que transforme radicalmente la situación.
La segunda reflexión es que a menudo perdemos demasiado tiempo peleando con quienes están de nuestro lado, en una especie de narcisismo de las pequeñas diferencias. Ritchie menciona ejemplos como el debate sobre si la energía solar o la nuclear es mejor, cuando en realidad todos buscamos lo mismo: energía con bajas emisiones. Mientras tanto, tenemos un enemigo común mucho más grande: aquellos que se oponen a la transición. No podría estar más de acuerdo, pero, paradójicamente, en el fondo la esencia de su libro es una crítica a quienes, al igual que ella, abogan por el desarrollo sostenible, aunque con una visión más pesimista.
¿Lo recomiendo?
100%. Creo que es un libro altamente recomendable. Como cualquier intento de abordar un desafío tan enorme, global y complejo, es inevitable que quede corto en algunos aspectos. Sin embargo, hay algo que respeto profundamente: el ejercicio performativo de permitirse creer, e invitarnos a todos a creer, que salvar el planeta es realmente una hazaña posible. Además, comparto su intuición fundamental que tiene que ver con que el gran desafío de este proceso es consolidarlo con la reducción de la pobreza y el avance del desarrollo económico de todos los países del mundo. Y que en ese sentido, el desarrollo sostenible TIENE que ser posible.
Para mí, como alguien que observa todo esto desde un país del Sur global y estudia la economía política de estos procesos, lograr un desarrollo justo y sostenible me resulta bastante difícil de creer. Pero agradezco la invitación a hacerlo.
Me encantaría saber qué pensás vos. Si no tenés tiempo para leer el libro, acá podés escuchar la entrevista que le hizo Ezra Klein o acá verla en su charla TED.
Te mando un abrazo y hasta la próxima.
El desafío es no ser fatalista porque eso llevaría a la parálisis (para qué lo vamos a intentar, si el planeta igual se destruye) pero no llevar el optimismo a un lugar naif que niegue los avances fueron gracias a las luchas (y que incluso eso llevó a mucho perseguido y asesinato político). Pero hay que construir utopías, futuros posibles y optimistas más allá de evitar el desastre.